Una ciudad, me parece a mí, que debe ser un organismo como otro cualquiera, con un límite moral y material en su desarrollo, pasado cuyo límite se convierte en vicio. Ciudad viciosa, como todos los desarrollos que llamamos viciosos. Calabaza, nube o gangrena.
(Límite del progreso o la divina proporción. Juan Ramón Jiménez. 1936.)
En esta obra, Juan Ramón Jiménez expresa su desdén por la ciudad y arremete contra un determinado tipo de progreso, expresando su malestar por una pérdida de 'armonía natural'. Esta reflexión del poeta sobre los límites saludables de las grandes ciudades, que pasó entonces desapercibida, es hoy por el contrario más que pertinente y de total actualidad. Analizar e investigar sobre los actuales fenómenos metropolitanos de dispersión urbana y territorial, se ha convertido ya en una referencia en el pensamiento actual, así como en una herramienta para diagnosticar la validez de la instrumentación disponible para la planificación de nuestras ciudades y territorios. Recordemos, como afirmaba M. Strong en el discurso de clausura de la Cumbre de Rio de 1992, que "la batalla global por la sostenibilidad se ganará o perderá en las ciudades". En el núcleo central del espíritu de nuestras ciudades actuales encontramos los preceptos ideológicos del Movimiento Moderno. La Carta de Atenas, firmada por Le Corbusier y Sert, arrasó con los valores de la ciudad histórica.
La ciudad tradicional, compacta y homogénea, dotada de una implícita sostenibilidad, de esa armonía natural de la que hablaba Juan Ramón Jiménez, fue desbancada, como comenta Antonio Bonet, por una ciudad de bloques aislados, de casas independientes unas de otras, de espacios libres y abiertos, donde las funciones elementales se delimitan y separan, las infraestructuras del transporte moderno (automóvil, avión, ferrocarril, metro,…) se extienden por doquier para conectar dichas zonas alejadas entre si, alterando el concepto de calle y la noción de espacio público. Este nuevo modelo presenta un gran inconveniente: es a todas luces ineficaz desde el punto de vista de consumo de energía y territorio en la medida en que es un organismo que crece y se extiende en horizontal, con el inherente impacto sobre el territorio y su decisiva influencia sobre el cambio climático en el planeta Tierra.
En este sentido, la ciudad mediterránea se revela como un modelo de ciudad más eficiente, en base a las características implícitas en su código genético vinculado a un clima muy determinado: compacidad, complejidad, eficiencia, equipamiento de proximidad, equilibrio, adecuada relación con el campo y el territorio, espacio público cualificado, cohesión social, etc. Además, en la tradicional ciudad mediterránea, al presentar ésta altos índices de complejidad urbana, la energía jugará un papel limitado en su funcionamiento, pasando a un primer plano la información y el conocimiento. Este nuevo paradigma es la mejor estrategia a adoptar para competir entre territorios. Sostenibilidad energética, equilibrio territorial y alta complejidad. Ello supone un cambio radical en la actual lógica económica y en los estilos de vida basados en la adquisición masiva de bienes de consumo, entre los que destaca el consumo de territorio, materiales, agua y energía. Desde la perspectiva de la investigación arquitectónica y urbanística, el estudio del modelo de ciudad histórica mediterránea puede proporcionar claves y herramientas para analizar y comprender las actuales dinámicas territoriales de dispersión urbana o 'sprawl', así como para proponer modelos alternativos, que quizá ya estén inventados. De hecho, como afirma Salvador Rueda, esperemos que no nos ocurra con nuestras ciudades lo mismo que nos ocurrió con la dieta mediterránea, que llegó a ser menospreciada para descubrir, después, que era excelente.